viernes, 17 de agosto de 2012

Chuba de Fabio Tonco + Ilustracion

Amigos, este es el relato Chuba de un amigo, Fabio Tonco. Al leerlo, dado su contenido visceral, sentí la imperiosa necesidad de ilustrarlo. Este es el resultado. Espero que lo disfruten tanto como yo!

Chuba por Fabio Tonco + ilustracion
ft@ingfabiotonco.com


El hombre descendió torpemente de la camioneta; le costaba mover su voluminoso cuerpo. Abrió la puerta trasera de la caja, y bajó una enorme olla sin manijas. Avanzaba con gran dificultad hacia la casa, abrazando el recipiente; sus cortos brazos apenas alcanzaban a abrazarlo. Con la cara fruncida, sacudía la cabeza, como si pudiese disipar la polvareda de la frenada, que aun se mantenía en el aire. Al llegar a la entrada lateral, que daba a la cocina, intentó abrir la puerta mosquitera con el pie, pero no lograba engancharla. Desde dentro de la casa, una mujer que preparaba la cena, lo observaba de reojo, sin hacer ningún movimiento para ayudarlo. Un niño pequeño, jugaba en el suelo. Sus movimientos y gritos esporádicos, hacían dudar de su normalidad.

-La puta que lo pario! alguien me puede abrir la puerta. -Gritó el hombre.

La mujer se demoró unos instantes más; deliberadamente termino de picar la cebolla que tenía sobre la tabla, y luego se dirigió a auxiliar al hombre. Mientras él trataba de pasar su cuerpo por la puerta, ensanchado por el bulto, la mujer lo observaba, disfrutando de su dificultad. Cuando logró pasar, depositó su carga en el suelo.

-Mirá lo que te traje. Lo encontré al lado de la tranquera, con un ladrillo encima de la tapa, - exclamó el hombre con satisfacción.

-¿Qué es? - Preguntó ella.

-Chuba. Una olla bien cargada.-dijo, mientras levantaba la tapa con una mano y con la otra tomaba un jarro de la mesa. Levemente lo sumergió en el líquido oscuro, y esquivando algunas hierbas que flotaban en la superficie, lo sacó medio lleno.

Lo olfateó, probó un sorbo, y luego de degustarlo y suspirar un gesto de aprobación, se tomó el resto.

-Que porquería. ¿Como pueden tomar eso? - contestó ella con un gesto de repugnancia. ¿Quien lo dejó?-preguntó.

-Ahh...que bueno. Está bien fuerte. -dilató la respuesta hasta que vio como el gesto de su mujer se endurecía. Y un segundo antes de que ella se diera media vuelta le respondió. -Seguro que fue el Tito, para festejar que nos sacamos de encima a la bruja de mierda. En cualquier momento llama para avisar que se viene para acá y nos agarramos un pedo bárbaro con esta Chuba de primera.

-No tendrían que haberles pegado, al marido casi lo matan.

-Que, ahora la defendes? Con toda la guita que nos sacó, prometió que lo iba a curar al nene, y está peor que nunca. Ahora no va a engañar más a nadie. Y que agradezca que no le quemamos el rancho - contestó él.

Entonces sacó otro jarro lleno de Chuba y se acercó al niño. Intentó darle de probar, pero al mojarle los labios, lo escupió con un gesto de asco, dando un chillido. La madre se dio vuelta y viendo la situación le gritó acercándose sin soltar la cuchilla. -Dejalo en paz! Ni se te ocurra darle esa agua sucia!

El hombre la apartó de un empujón, y apretando el brazo del chico logro que abriera la boca para quejarse. En ese instante lo obligó a tomar un sorbo del licor.

-Ahí está. Así se va a hacer hombre, o también queres que sea maricón! y alzando el jarro en alto se tomó el resto del contenido.

Ella retrocedió mirándolos a ambos, con los ojos cada vez mas enrojecidos, apretando con fuerza el puño vacío y la cuchilla, hasta apoyarse en la mesada. El niño corría de un lado a otro, gritando, golpeando frenéticamente dos juguetes ya muy maltratados, y su marido, tambaleándose más que de costumbre, finalmente se derrumbó en una silla, al lado de la olla. Se arremangó bien y sumergió los dos brazos sucios de todo el día de trabajo.

-A ver de que esta hecha esta Chuba. A ver, a ver... Oh, me lo imaginaba, por el gustito, -y sacó del interior una enorme cabeza de cerdo, la alzó bien alto, exhibiéndola como un trofeo, e intentó ponérsela como si fuese un casco. Si bien le habían quitado el cráneo, y solo estaba la piel, la cabeza del cerdo no era lo suficientemente grande para entrar en la suya. Mientras seguía intentando, chorreaba el licor oscuro sobre su cuerpo. La miraba de su esposa cambiaba de angustia a asco. Herirla, le causaba un gran placer, el único que compartían. Tal vez ella también prefería eso antes que la indiferencia, por eso lo provocaba en todo momento. Un juego peligroso, alimentado por el resentimiento mutuo, que llegó con el nacimiento de un hijo que no era lo que esperaban.

Aprovechó que su esposa desviaba la vista, se incorporó y comenzó a perseguir al niño corriendo con la cabeza de chancho adelante. El niño huía por la casa, gritando. No se alcanzaba a comprender si era por diversión o por pánico. Se habían alejado de la cocina, ella no podía verlos. Finalmente alcanzo al niño y le puso como capucha la cabeza del cerdo. Aterrorizado, éste corría intentando sacársela, hasta que chocó con la mesa y cayó al suelo. La mujer alertada por el primer grito llegó a ver toda la escena., y fuera de si, blandiendo la cuchilla se abalanzó sobre el hombre.

El la estaba esperando, y con una agilidad sorprendente, la golpeo arrojándola al suelo. Otras veces necesitaba seguir, así que ella se cubrió el cuerpo esperando que sacara el cinturón, pero esta vez no lo hizo. Enseguida llenó otro vaso de Chuba y lo dejo al costado. Se sentó sobre ella para inmovilizarla, le torció los brazos detrás de la espalda, la tomo del pelo y la tiró para atrás, obligándola a voltear la cabeza. Con un solo brazo mantenía los de ella aprisionados, junto a un mechón de pelo, de manera que no pudiese enderezar el cuello. Podrían haber sido dos amantes jugando; él recordaba aun cuando lo eran, y el rencor aumentaba su ira. Agarró el jarro y comenzó a forzarla a beber; gran parte del licor se chorreaba por sus pechos.

Lo excitaba verla retorcerse contra su cuerpo. Estaba lo suficientemente cerca de la olla para ir llenando el jarro cada vez que lo vaciaba. Bebía uno y luego la obligaba a ella a tomar otro. Habría seguido hasta terminar todo el recipiente, pero el niño pareció y le mordió el brazo.



El hombre furioso soltó a la mujer, lo pateo alejándolo de él. La herida parecía hecha con los colmillos de una bestia y no con los de su hijo. Comenzó a perseguirlo. - Es peor que un animal, -gritaba con la cara enrojecida.

El hombre logró atrapar al niño e intento sacarle la cabeza de cerdo.

-La puta que lo pario, como se atrancó! No podía comprender como se le había adherido de esa forma; sus ojos se movían en la cuenca de la cabeza del animal muerto como si le pertenecieran. Cuando notó un extraño vello en los brazos del niño, que estaba seguro que no lo tenía hacia unos minutos, lo soltó espantado. Notó por primera vez un dejo raro en la boca, como a romero mezclado con salvia, un dejo particular, que le recordaba el jarabe que la curandera le daba a su hijo.

Pateó con furia la olla, y todo el líquido se desparramó por el suelo, junto con diversas partes de un animal. Entre ellas había una bolsita de alpillera. La abrió y vio un pequeño juguete de su hijo, un reloj que pensaba había perdido y unos aros de su esposa, junto a mechones de cabello humano. Desesperado arrojó todo al charco nuevamente.

La Chuba era de ella. La bruja lo hizo, se estaba vengando. La tendría que haber matado aquel día, y tirar el cuerpo a los chanchos para que se la coman. Se lo gritó, aquel día. Le dijo: Conchuda de mierda, con los cerdos tenes que estar, mientras la empujaba al suelo.

Tomó entonces un cuchillo, atrapó nuevamente a su hijo y trató de hacer palanca en el cuello. El niño gritó desesperado, sacudiendo la cabeza. Un hilo de sangre empezó a correr por sus hombros.

La mujer se incorporó aterrorizada con la escena; no tendría fuerzas para separarlos. Corrió al living y trajo la escopeta.

-Turro de mierda, será lo que será, pero no lo toques mas! – gritó enloquecida mientras le apuntaba al marido.

El hombre la miró con desprecio, soltó al niño e intento manotear el arma.

Los dos caños dispararon a la vez. El impacto en el abdomen arrojó al hombre contra la pared, pero no lo mató de golpe. Su expresión, por un instante fue más de sorpresa que de dolor, hasta que lanzó un alarido y comenzó a retorcerse en el suelo, tratando de cerrar el enorme orificio por donde se le escapaban los intestinos.

El niño salió corriendo en cuatro patas al exterior, con una agilidad asombrosa. Ya casi en oscuridad, escapó hacia la porqueriza.

Su madre lo siguió llamándolo, aun con el arma en mano. Lo alcanzó recién en el corral, y trató de encontrarlo, pero no podía distinguirlo del resto de los animales.

Entró hundiendo sus pies en el barro, y recorriendo uno por uno, al final creyó reconocerlo. Ya no tenia la ropa puesta, y con la cabeza casi enterrada en el recipiente de la comida, se alimentaba con desesperación, compitiendo con los demás lechones.

Ella todavía lo distinguía, pero intuyó que tal vez en un rato más ya no podría. Levantó la escopeta, despegó los dos cartuchos de recambio adheridos a la culata, recargó, y en un susurro que solo ella podía escuchar exclamó:

-Dos cartuchos son suficientes, uno para cada uno.

Fin




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