Relatos


Un día más

La tarde se hunde en el horizonte.
De fondo se impone el gran edificio de la universidad, a todas luces.
Más abajo, el tren llega. Un hombre se asoma por la ventana de un tercer ó cuarto piso y observa hacia la estación. Un tropel desbocado de personas sale despedido de los vagones. Poco a poco la masa uniforme se fragmenta en todas direcciones. De la misma manera se dispersan las hormigas que un anciano combate echando agua caliente sobre sus hormigueros.

Una mujer atractiva se destaca en la multitud de caras toscas. De fondo, suena una música de guitarras y acordeones. Las tortillas que cocina una mujer gorda de rasgos norteños sobre un barril desprenden aromas que invaden toda la estación.

En la placita de enfrente un niño harapiento de unos siete u ocho años juega a destrozar un cajón de manzanas. Lo revolea por el aire una y otra vez y cuando cae al piso, lo patea o le salta encima.

El tren se aleja llevando a sus pasajeros apiñados sobre los estribos.

La mujer atractiva sigue presurosa su camino por una calle angosta, lateral a la estación. Esquiva a un viejo barbudo que camina llevando la bicicleta a su lado y sube a la vereda. Sus pasos son firmes; los tacos resuenan en las flojas baldosas. No hay un solo muchacho que no deje de darse vuelta para mirarla. La pollera que lleva no es corta; sí muy apretada. Algunos hacen alusiones sobre su cuerpo.

El viejo barbudo llega a la placita con dos perros flacos que lo siguen. Observa como aquel niño encuentra en la destrucción su fuente de divertimento, dado que se empecina en reducir el cajón de manzanas a astillas.

El hombre que mira a través de la ventana permanece sentado, con los pies sumergidos en una palangana con agua tibia. Su living posee algunos muebles modestos pero está bien iluminado. Sus paredes son blancas y en ellas se exhiben algunas gigantografias de mujeres practicando deportes. En el centro de la sala hay una cámara filmadora sobre un trípode. Frente a está, un sofá.

Después de caminar dos cuadras por la calle que costea la estación, la mujer llega al hall de un edificio. Corrige el rouge de su boca y llama a un número del portero.

El viejo barbudo hurguetea en unas bolsas que están dentro del cajón que lleva en la parte trasera de su bicicleta. Saca un pedazo de carne angosta y larga como su antebrazo y se lo tira a los perros. Éstos se disputan salvajemente la presa.

Una mano reseca rasca una espalda.

El hombre que miraba por la ventana está ahora parado en la puerta de entrada, apoyado en el marco. Frota los pies mojados en su pantalón. Fuma un cigarrillo y mira expectante hacia el ascensor, frente a él. La mujer atractiva va a su encuentro. Faltando un piso para el cuarto, acomoda sus pechos dentro del corpiño, mirándose en el espejo del ascensor. Cuando se ven, un gesto lascivo se dibuja en sus rostros. Se saludan y entran. Él la recibe diciéndole lo bien que huele. Le ofrece un trago que ya tenía preparado y sin más, ella se sienta cómodamente en el sofá.

El hombre chequea la posición de su cámara. Mira a través de ella y busca un plano corto del sofá. La mujer disfruta del trago y seduce al hombre con la mirada; lleva sus dedos a la boca. El hombre comienza a grabar, mordiendo sus labios. En la calle, los perros tironean del pedazo de carne. El más grande se queda con la pieza y la mastica con ferocidad. Ávido, el hombre capta con su cámara cada movimiento, cada insinuación; se saborea. Ahora le hace un plano detalle a su entrepierna. El anciano que ha combatido las hormigas con agua caliente ahora está sentado, mirando fijamente una pecera que contiene un variopinto de coloridos peces, mientras su esposa, parada tras él, le rasca la espalda.

El hecho de que la filmen la erotiza sobremanera. Mantiene los ojos cerrados y contornea su cuerpo con sensualidad. Frota sus pechos. Imita gemidos.
Ahora se abre de piernas, primero una, luego la otra, lentamente, colocándolas sobre los apoya brazos del sofá. Los dedos de la joven mujer son finos y largos. Sus botas son negras y relucientes. El rumor de la noche llega desde la calle. Un perro ladra a lo lejos. Y se escucha la frenada de otro tren que llega a la estación.

Marcelo Fernández
Junio 09